En la vieja película del Moretitos, Joaquín Cordero es un boxeador que va a enfrentar al mero maloso del ring: Wolf Rubiskis... va a ganarle, pero los maleantes que protegen a Rubiskis secuestran a la mamacita del Moretitos.
Le dan pruebas de ello, y cuando llega la hora de la pelea, el Moretitos se la pasa calabaceándola arriba del ring.
Tira golpes a lo baboso... se pega solo... se resbala... deja que lo tundan.
La gente no se explica lo que ocurre, hasta que unos amigos del Moretitos van a la casa donde está su madrecita secuestrada, la liberan y el inefable Pichi llega corriendo en el último raund a decirle a nuestro héroe que su madre está a salvo... él mira a la primera fila y ahí está la buen señora con ese rostro de sufrimiento acompañado, quien con la mirada suplicante le dice... "Pártele su mandarina en gajos al Rubiskis".
¡Y claro que se la parte!... ¡tan-tan!, final feliz.
Bueno, cuando veo al Peje que camina con solicitud hasta la camioneta de la señora Loera, madre del Chapo, pienso que no debe hacerlo por voluntad propia.
No hay un Presidente en todo este mundo civilizado capaz de hacer tal cosa sin temor a que mañana mismo la opinión pública lo obligue a dimitir.
Pero López va, y le promete ayuda, para luego irse tomado del brazo por el abogado del Chapo.
¿A quién le tienen de rehén al señor Prejidente?... ¿es él mismo el rehén?... ¿a quién trata de proteger con esto?
¿O de plano debemos pensar que le importa medio metro de longaniza de la que compra a 16 mil pesos el kilo, lo que diga todo mundo?
¡Caray!
La otra razón posible, atañe a una vieja frase que el maestro Abelardo Leal me dio a conocer cuando era yo un muchacho inexperto, aprendiz de reportero.
Un asesinato... un hombre de apellido ilustre en un hotel... no testigos... no cámaras... no hay lógica.
El viejo maestro, lo recuerdo perfectamente, aspiró profundamente a su habano... reclinó su silla y mirando al techo me dijo...
"Cuando algo así pasa, y usted no lo entiende, no hay vuelta de hoja... ¡alguien se está cogiendo a alguien!"