Es un virtuoso de la lente. Llega al corazón de la obscuridad en cada uno de sus retratos. Sabe distinguir un paisaje en cuestión de segundos y volverlo una obra de arte antes de decir hola. Es Aristeo Jiménez, cliente asiduo de la noche regiomontana y bohemio en el sentido francés de la palabra. Es genial y lo sabe. Le vale madre la fama y le vale madre las exposiciones, pero los coleccionistas de Nueva York lo adoran. Es mi amigo y ese es uno de mis más grandes tesoros, su amistad. Nos vemos cada cinco años.
Red Crucero