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  • Foto del escritorRed Crucero

Don Baldemar


El bullicio navideño se colaba por las calles mientras el 22 de diciembre anunciaba la inminente Nochebuena. En medio de las prisas por regalos y provisiones para la cena, otros se apresuraban al hospital, donde un ser querido luchaba por su vida, desafiando la posibilidad de llegar a celebrar el nacimiento de Jesús.


Don Baldemar, padre de mi gran amigo Jorge Mendoza, se debatía en un estado delicado a sus 89 años. Conozco a toda la familia Mendoza González: Estela, la matriarca; Arturo, el mayor; Cacho, el menor de los hijos; y las encantadoras hijas Erica y Tita. La navidad y el año nuevo se pintaban difíciles con su padre hospitalizado.


En algunas noches de aquel período gélido, tanto en el ambiente como en el alma, solía llamar a mi amigo para preguntarle por la salud de su padre, especialmente el 24 de diciembre y en la víspera de Año Nuevo. Su respuesta era práctica y concisa: Un día a la vez, agradezcamos por este día. Luego, antes de dormir, dedicaba una oración a Don Baldemar y su familia, mientras contemplaba la luna y las estrellas, creyendo en el retorno de todos de alguna manera al lugar de donde hemos venido. “Somos luz y regresamos al firmamento."


Entonces, una noche con la aparición de esa estrella brillante que hace más de dos mil años guió a los Reyes Magos hacia la adoración del el Niño Jesús, en la madrugada del cinco de enero, el espíritu de Don Baldemar se elevó. Su alma abandonaba el cuerpo ya cansado, y el firmamento se iluminaba aún más, el cielo se alegraba, aunque en la tierra brotaban lágrimas desde las ventanas de sus seres queridos, que veían partir al esposo, al padre, al gran ser humano.


Ya en el funeral, la familia Mendoza González se unió ante el altar: Jorge, estoico como un soldado herido, sin demostrar el dolor, tomo la palabra; Erica, entre lágrimas, honró las virtudes de su padre; Arturo recordó su amor a la enseñanza, que les inculco a competir a ganar de manera limpia; Tita, entre sollozos, expresó su convicción de que su espíritu perdurará entre ellos; Cacho, quizás para no llorar solo dijo: gracias. La matriarca, que parecía cargar parte del dolor de sus hijos, agradeció a todos por acompañarlos.


Imposible no ser empático ante tanto dolor, de las despedidas, en los funerales. Sin embargo, me conecto a la idea de la Epifanía, como una revelación. A pesar de la tristeza, percibo la paz y resignación. Siento que la estrella que guió a los Reyes Magos, ahora lo conduce a un nuevo hogar celestial. Su partida física no apaga su luz; se quedan en los recuerdos, enseñanzas y sonrisas. Trasciende en la memoria y el cariño de quienes lo conocimos... Adiós  Don Baldemar.  

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