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  • Foto del escritorRed Crucero

Erika Moncayo Santacruz

 

Se marchó al llegar el verano, en el día con más luz, el más largo del año, en el llamado solsticio, que en latín significa "sol quieto".


Y su corazón también se aquietó, mientras en este día parecía que la ciudad se quemaba, abrazada a cuarenta y cinco grados.


Su cuerpo también ardía por dentro debido a las quimioterapias que le habían aplicado. Y al ver la última luz del 21 de junio, la amiga Erika Moncayo, de tan solo 39 años, fue tras la iluminación.

 

Ya sin el sol, sin Erika, la noche sería entera para su madre, su familia y amigos.


Casi a medianoche, llamé a Genaro, que estaba en el hospital.


Él era un gran amigo de Moncayo, y muchas veces los vi juntos en el estadio de fútbol para ver al equipo de sus amores, los Tigres.


Y aunque parecía increíble, me confirmó la triste noticia que oscureció aún más la noche.

 

Sin embargo, al día siguiente el sol volvió a salir, pero ella ya no estaba.


Aunque en su funeral velaran su cuerpo, Erika había trascendido.


Cuando llegué, me encontré con José Ángel Molina, a quien ella había elegido como su hermano aunque no fuera de sangre.


Con sus ojos cristalinos, narraba los últimos momentos junto a su gran amiga.


Cuando entró al cuarto del el hospital a despedirse, sintió que ella, ya no estaba ahí.


Fue entonces que se sumergió en los recuerdos y en los maravillosos momentos que compartieron.


Esa noche incluso se quedó en la casa de Erika, como queriendo alargar la despedida, aferrándose a la esencia de su hermana.

 

En el funeral también saludé a Irasema, Paola y Margarita, la exalcaldesa de Monterrey, donde Erika había crecido políticamente, primero como regidora y después como Secretaria de Desarrollo Urbano.


Estas mujeres, junto a otras destacadas figuras de la administración municipal, formaron un formidable equipo político que se autodenominaron "las Chicas Súper Poderosas".


Aunque en ese momento del funeral no había poder para darles ánimos, solo las abracé tratando de quitarles un poco de su tristeza.

 

Al final, cuando me despedía de José Ángel Molina, cabizbajo decía que todos íbamos hacia allá, que aunque ella se fue muy joven, vivió intensamente.


Y así es, si algo tenía Erika era apasionada, bondadosa, leal con los amigos; era el pilar de su familia.


Ahora, para sus seres queridos, este verano será el más largo. Esperamos que desde los cielos se dibuje esa enorme sonrisa que caracterizó a la gran amiga Erika Moncayo Santacruz.

   

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