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  • Foto del escritorRed Crucero

La voz de tu tierra


Nuestras ciudades —por más pequeñas que sean— nos hablan a través de sus monumentos, estatuas, museos y galerías.


Nada más triste que observar una ciudad en silencio, como si fuera un pueblo fantasma.


Edificios y objetos nos cuentan del pasado de una tierra y de aquéllos que la forjaron.


Preservar una ciudad o pueblo como patrimonio histórico no solo es  un deber de patronatos y fundaciones, sino también de las autoridades en turno y de ciudadanos.


Pero… ¿qué es exactamente un patrimonio histórico? ¿Por qué resulta relevante conservarlo? El patrimonio histórico es el conjunto de bienes que son considerados valiosos por su significado y legado.


Éste puede ser cultural, arqueológico o artístico. Algunos ejemplos de ello son edificios, monumentos y sitios arqueológicos.


Pero también obras de arte, fotografías, documentos oficiales y otros objetos de interés histórico.


Para muchos este tipo de patrimonios representa la “memoria colectiva” de una sociedad y nos ayuda a entender y apreciar mejor nuestra historia y cultura.


Además, puede tener un valor educativo, ya que a menudo las universidades y fundaciones, por ejemplo, lo ponen como objetivo a cuidar y promover para fines de investigación y de enseñanza.


Es importante preservar el patrimonio histórico para las generaciones futuras, ya que estos bienes son irremplazables y, una vez que se pierden, se aleja una parte de la historia.


El patrimonio histórico nos da identidad cultural. Es un legado cultural que nos ayuda a comprender y valorar nuestras raíces y nuestra identidad como sociedad y nos da un sentido de pertenencia y orgullo.


Si lo perdemos, se nos va una parte importante de nuestra historia, de nuestra cultura y atraigo.


Su preservación también representa todo un desafío, ya que requiere la protección y el mantenimiento adecuado de los bienes culturales y materiales para evitar su deterioro o destrucción.


Su mantenimiento y vigilancia es una responsabilidad intergeneracional. 


Debemos cuidar estos bienes para que las generaciones futuras puedan disfrutarlos y aprender de ellos.


Si no protegemos nuestro patrimonio, estamos negando a nuestros hijos y nietos la oportunidad de conocer y valorar su historia y cultura quedando así desconectados de un pasado que les puede dar significado importante a su presente y futuro.

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