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  • Foto del escritorRed Crucero

MEMORIAS/Libres y Humanos


Por Isadora García



Al llegar a vivir a Monterrey busqué cómo hacerme un mundo dentro de la cultura regia. Aunque no me fue muy sencillo, porque estaba muy apegada a mi eterno amor por la ciudad capital, poco a poco fui armando una red que he tejido con cuidado, despacio, con hilos, pocos pero resistentes y suaves a la vez, que me han dado cobijo,contención, fuerza, empuje. Así, buscando, llegué a Loyola, un centro de Desarrollo Humano en el corazón de la ciudad liderado por sacerdotes Jesuitas, que crean a su alrededor no solo un espacio de crecimiento espiritual sino del desarrollo en comunidad. Para alguien como yo, siempre en búsqueda de respuestas que me hicieran más sentido en relación a “eso” que llamamos Dios, a la religión, al mundo, fue como encontrar un oasis en medio del desierto. El desierto era yo, por supuesto.


Esa búsqueda me ha llevado, como a muchos, estoy segura, a tratar de respondernos esas preguntas difíciles que nos llegan sin que las estemos buscando. Tratamos de despejar las dudas, tratamos de encontrar algo que parecemos haber perdido. Ese algo es la fe. ¿Quién o qué es Dios? ¿Existe realmente? ¿Cómo puedo escucharlo, conocerlo, entenderlo? ¿Qué hay detrás de todo? ¿Y la religión, dónde queda? ¿Es malo cuestionar, tener dudas?


Hablar de Dios es infructuoso muchas veces. Todos tenemos ideas distintas, creencias que chocan unas con otras, caminos que toman distintos rumbos al momento de aterrizar la palabra y convertirla en acción.

Le hemos puesto muchas formas, muchos nombres, muchos orígenes. En Loyola, sin embargo, nos invitan a conocer a un Dios un tanto distinto de lo que comúnmente se enseña. Nos invitan a entrar en una contemplación permanente, para poder encontrar un significado que muchas veces va más allá de lo que se ve o se lee a simple vista. La reflexión no es solo invitación, sino que al final se da inexorablemente.


La misa de éste Domingo de Ramos pasado no fue la excepción. Había un ligero aire cálido en el ambiente, apenas se sentía un poco picoso el sol, pero el viento calmaba esa sensación y el sonido de las hojas que se levantaban al aire acompañaban al silencio en su compás. Sobre una mesita cuadrada, un montón de hojas de palma, algunas ya secas completamente, otras todavía algo verdes. Alguien me indicó con la mano que podíamos tomar una. Cada quién lo hacía en silencio y con calma. No llevaban imágenes o cruces, solo eran nuestras manos, dando forma a una hoja de palma que daba forma también a nuestra mente y corazón para estar dispuestos a escuchar. El Padre Diego, con sus años sabios bendijo las palmas, caminamos tras él con pasos lentos y llegamos al Salón San Ignacio.


Fue una misa sencilla, cálida y reconfortante. Más allá de recordar el doloroso y cruel viacrucis de Jesús, el padre Diego nos llevó a un viaje de historia, de filosofía, teología… y de profunda introspección. ¿Quién es Dios? ¿Quién es Jesús? ¿ Qué es ser hijos de Dios?


Sus palabras llenaron el salón San Ignacio al final de la reflexión.  “Ser hijos de Dios significa ser realmente libres…y profundamente humanos”.


Realmente libres, profundamente humanos. Siguen resonando esas palabras en mi mente sin poder entenderlas del todo, seguramente sin poder experimentarlas del todo tampoco, en mi pequeñez, en mi imperfección, en mi limitada humanidad.


En la sencillez del mensaje está la profundidad del mismo. De ahí la reflexión, que lleva al silencio, a la contemplación, a la fuerza interior que algo mueve, que algo transforma.


Pienso en todas las posibilidades. Ser libres. Ser humanos. ¿Cuándo fue la última vez que me sentí totalmente libre? ¿Cuántas personas hay que no pueden decidir sobre su libertad porque están presos, o enfermos, o sin los medios suficientes, o llenos de miedo o de soledad? Pero entonces, ¿Qué es la libertad? ¿Se puede comprar? ¿Se puede obtener?¿Se puede negociar?¿Dónde está la libertad, dónde se asienta?


¿Cómo es alguien que se define “profundamente humano”? En un mundo tan lleno de falsedad, de egocentrismos, de ruido, ¿Cómo podemos llegar a ser profundamente humanos? ¿Qué puedo dar de mi persona para que en el mundo haya un poco más de luz?


¿Soy una persona libre?¿Soy una persona que muestra humanidad en sus actos? Al desmenuzar mi vida, ¿qué encuentro? ¿más generosidad que mezquindad?¿más perdón que resentimiento? ¿más comprensión que desconfianza?


. La verdad es que, no estoy segura de ser alguien totalmente libre. Libre de prejuicios, libre de miedos, libre de apegos, libre de recuerdos dolorosos. Sería capaz de ir en contra del mundo para defender mi causa, para pelear fieramente por aquello en lo que creo, hasta las últimas consecuencias, hasta el fin? Qué tanto crece mi humanidad día a día, qué tanto me entrego a los demás, qué tanto trabajo en pro del otro y no de mi misma, qué tanto soy capaz de abandonar mi ego, qué tanto puedo soltar la ilusión del control, qué tan frecuente sonrío, bailo, canto, comparto con mi familia y amigos, qué tan dulce es mi palabra y qué tan firmes son mis decisiones…Estamos inmersos en el mundo del yo. Del mi. De lo propio. De lo ilusorio. De lo instantáneo. El yo como fin último. Pero al final, no solo somos uno, no solo nos construimos de nosotros mismos. Todos somos todo…y tal vez la conciencia de esa verdad podría cambiarlo todo, pero aún sabiéndolo, no es así, porque hay otra verdad más grande. La libertad.


Tantas preguntas. Tantas respuestas. Casi todo al mismo tiempo.


Al salir de la misa, había una sensación de paz, de calma. Cada uno seguimos nuestro rumbo, pero nos llevamos aquello que nos hizo eco de las profundas palabras que habíamos escuchado esa mañana.


Poco a poco, a fuerza de paciencia, hemos de conocer  a ese Jesús, ese hombre que fue realmente libre… y en definitiva, profundamente humano.

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