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  • Foto del escritorRed Crucero

Un pequeño grito


Por José Luis Galván Hernández



Fue el 15 de septiembre, no en la madrugada como la Independencia de México, era muy temprano cuando me tocó dar mi grito. Me pidieron que me desnudara sólo de la cintura para abajo, después que me pusiera “de ladito”, luego en posición fetal y que respirara profundo, que me relajara; después debería cruzar las piernas y no pensar en nada. Únicamente me decían cierre sus ojos y ahora respire lento. Detrás de mí estaban dos voces dando las instrucciones en esa plancha fría del hospital… Yo simplemente no podía creer que a mis cincuenta años estuviera pasando por semejante trance.


Pero así fue… Dejé de pensar en lo que me estaban haciendo y seguí con los ojos cerrados, sólo sentía el dolor, la incomodidad; pero de repente se me vino la imagen de mi cuerpo muerto en la plancha de una morgue. ¿Qué se sentirá morir? Espero que no sea ésta la sensación. Quizás también por tan especial fecha para el país se me apareció en mi memoria una escena del Presidente de la República en la plancha del Zócalo, solo, incómodo, gritando las arengas de la Independencia y sufriendo porque no estaba “el pueblo bueno y sabio”.


Tal vez el país entero esté también muerto al pensar que con una celebración en las llamadas fiestas patrias, tomado tequila, se arreglaran nuestros problemas. Ignoramos que no tendremos Independencia mientras el pueblo siga sufriendo, continúe lacerado por la inseguridad y los crímenes violentos, socavado por la discriminación debido al color de piel, por las grandes diferencias sociales y económicas, en las que mientras muchos carecen de lo elemental para subsistir, una minoría goza de grandes privilegios.

Me indigna, me incomoda el pensar en la “falacia de nuestra Independencia”, cuando en realidad somos un país que frecuentamos ser el patio trasero del vecino del norte. La sensación de indignación al pensar en el “patio trasero” me regresa a mi realidad, justo en el momento en que introducen en mi cuerpo algo extraño. Literal, me siento violado, como le sucede a nuestro país una y otra vez, lastimado y agredido no sólo por algunos países imperialistas, sino por nuestros propios gobiernos de izquierda y de derecha. No importa la ideología, sólo vemos que salen y entran cada sexenio los gobernantes y no se ven las transformaciones, ni cambios para el bienestar de los mexicanos… Siento un profundo dolor y más por los originarios de este México ultrajado.


Me regresan a mi realidad, a mi dolor particular del cuerpo, cuando una voz femenina, la de la enfermera, de manera dulce me avisa que el estudio está a punto de acabar: “Puede abrir los ojos y vestirse”, confirma. Esa mañana del 15 de septiembre me hicieron un examen de contrastes por medio de un enema en el colon, donde me introdujeron una sonda por el recto… Mi machismo se cayó en esos momentos y tengo que confesar que el mayor problema no fue al principio, sino ya cuando me sacaron la sonda, pues no pude evitar dar un pequeño grito.

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