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  • Foto del escritorRed Crucero

Óscar…Apenas 60 años


José Luis Galván Hernández



Me conoció corriendo, jugando en la calle en calzones, comprando en la tienda de sus papás un mazapán Azteca, un Barrilito de ponche, que era el refresco que más me gustaba; era mi vecino, vivía al lado de mi casa. Cuando yo nací, Óscar ya era grande… Tenía diez años.

Creo que fue novio o amigo de mi tía Chave; iban juntos a la misma escuela, “Arcadio Espinoza”, en la cual yo también cursé mis primeros años académicos. Aunque por su edad podría ser contemporáneo mío, la verdad conviví poco con él; en mi infancia fui más amigo de sus padres, Don Carlos y Doña Fela, convivía más con ellos. Don Carlos había nacido el mismo día en que yo vi por primera vez la luz, un 2 de junio; me gustaba ir a su tienda no sólo a comprar, ya que también me encantaba quedarme a escuchar sus historias de cuando fue luchador. Por su parte, doña Fela se encargaba de cuestiones administrativas en la iglesia cuando yo era monaguillo.

Con el paso del tiempo Óscar se convertiría en un amigo entrañable, aunque el destino nos cruzaba en emociones: Doña Julia, mi madre, murió un 23 de septiembre cuando yo tenía 23 años. Óscar ese día cumplía 33 años de edad; él, que era muy católico, le daba un significado especial a sus 33 años, que es la edad que vivió Cristo.

De los recuerdos más extraños que tengo del funeral de mi madre, en ese día gris no sólo en mi corazón, sino también en un cielo totalmente nublado, no extraño para un día de septiembre, fue el abrazo de Óscar. Fue algo frío y apresurado, no me vio a la cara. “Lo siento mucho”, me dijo. Inclusive recuerdo su aliento, en el que pude percibir un aroma a alcohol, combinado con un sabor a cebolla y cilantro, quizás por su festejo del día anterior o por los tacos del “Patillas “, que vendía unos tacos de barbacoa a los que nosotros solíamos ir cuando Óscar me daba un raid a mi escuela de actuación y él iba a dar clases en el colegio “Mater”, del que llegó a ser director de la Preparatoria.

Mi amigo Óscar acaba de cumplir “tan solo 60 años”, en medio de esta pandemia de la que, precisamente el 23 de septiembre, se cumplen seis meses que oficialmente el gobierno federal decretó el encierro. Obvio no hubo festejos en tan importante aniversario, ya que mi amigo ya es “una persona vulnerable” por decreto de la vida o de las autoridades de salud.

Sin embargo, a lo largo de su vida sólo una vez lo recuerdo vulnerable, cuando se le había muerto su pareja. En esos momentos yo no vivía en Monterrey, sino en el DF, por cual lo invité a que me visitara unos días con el fin de que olvidara un poco la pena, “como si eso fuera posible”. Un día nos fuimos a Xochimilco, donde anduvimos en las trajineras cantando, tomando, riendo, llorando… Para cerrar la noche llegamos a Garibaldi; ahí, entre mariachis, tríos, fara faras y tequila, Óscar se deshacía por dentro queriendo olvidar, mas recordaba su pena.

En estos apenas 60 años, Óscar no ha entregado su vida a una pareja, ni a una familia, sino a la educación, a ser maestro. En el “Mater”, en la UANL, en el CEU, en el Centro Cultural Loyola y en muchas más instituciones educativas o empresas, donde da cursos; se ha especializado en Desarrollo Humano y he tomado varios cursos con él, sin embargo, no ha sido en un salón donde he aprendido lo mejor de su sabiduría, sino en las cientos de veces que nos sentamos en al banqueta de nuestra calle, Arista, de la colonia Victoria, donde crecimos, platicamos y nos confiamos nuestras penas y secretos.

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